septiembre 19, 2018

Drexler y una entrevista.

Como es conocido, por los cuerpos que posan ojos y narices a lo que aquí comparto, la revista Jot Down Smart, es de las cosas que siempre ando leyendo.



Escuché por primera vez a Drexler una tarde de julio, hace algunos años.

Estaba llena de encanto por un idiota italiano, y él, antes de partir del país, me dio una tarde de guitarra y cerveza.

Se coló como siempre a las últimas pláticas que con él sostuve, su viaje y regreso, lo extraño del encuentro -conocernos- . Y me dio la canción «INOPORTUNA».

La escuché, me gustó, me enojé, pero éso fue hace mucho, ya lo superé.



Siempre ando escuchando música en Youtube, y a veces voy a Drexler. Me gustan algunas canciones del uruguayo, me da la sensación de lo empático y cambiante, pero también disfrutable que puede ser su música, o él, en general.



Por lo tanto, les dejo aquí una entrevista, para que le conozcan un poco, sepan de su último disco y luego los invito a que escuchen «Me haces bien», es de mis favoritas de él, no lo sé.



Conmigo no hay cosas claras con respecto a cosas favoritas.



Jorge Drexler: «Uno no escribe sobre lo que quiere, sino sobre lo que puede»:

agosto 18, 2018

Los mejores inicios de novelas, según Manuel de Jot Down

«Esto que ahora mismo está usted leyendo, la palabra que justamente ahora está leyendo y que colocada ordenadamente entre las demás forma esta frase, la pausa que acaba de hacer en esa última coma y todo el recorrido de letras que sus ojos están siguiendo en este mismo instante hasta esta otra, es el último párrafo que he escrito de este artículo»



Y así empieza, un artículo con muchísima fluidez y un placer irrevocable a medida se contempla y procesa cada palabra, vista atentamente gracias a la mirada.



Soy muy fan de los artículos de la revista Jot Down, les quiero compartir el artículo que acompañó mi primera taza de café, el día de hoy:

Vine a Comala y otras veinte promesas: los mejores inicios de novelas

junio 06, 2018

Fuimos a Copán

Era la primera vez que salía de la ciudad, me aterraba viajar y dejar lo que conocía por una semana, mientras avanzaba y me alejaba no podía dejar de pensar en que era la primera vez que intentaba algo nuevo, un viaje de muchas horas y la compañía de una nena de sólo 3 años me producía sonrisas mientras veía larga la carretera y el clima se volvía más pesado, al llegar a San Pedro Sula no sabía qué bus debía tomar y el hambre estaba tocando la puerta de mi estómago -y el de mi compañía también-, nos sentamos a comer hamburguesas, afortunadamente Lalita (ése es el seudónimo que le puse desde que nació de mi compañía) a pesar de su corta edad platicaba sobre el calor que hacía y sobre la cantidad de personas que miraba, yo también estaba asombrada, luego de comer y pedir direcciones sobre dónde se encontraba el bus que salía para Copán, llegamos a una ventanilla donde una señora de mala mirada y labial corrido nos dijo que el último bus ya había partido, que el próximo era hasta la mañana siguiente. Entré en pánico, estar en una ciudad donde no conozco a nadie, con alguien que ocupa mi cuidado y completa templanza me hacía querer hacer lo más maduro que consideraba para la situación: llorar.

Ya había caído la noche, mi móvil estaba descargado y me anunciaban que debía buscar un hotel porque la "Terminal" cerraba, no sabía qué hacer y daba vueltas sin encontrar una solución, no confiaba en nadie y el móvil nunca encendía, me estaba llenando de pánico. Pero ver a Lalita tan calmada y emocionada me daba ánimos de no arrancarme el cabello, me decía "mami, podemos buscar qué comer por mientras, vamos al bulevar por pollo" no sabía por qué seguía teniendo hambre, tal vez era una forma de platicar de cualquier cosa o era miedo disfrazado, yo le explicaba de la mejor manera que encontraba que no conocía, que estábamos muy lejos de casa y que no debíamos hablar mucho con extraños.

Logré contactar con mi amiga que me esperaba en Copán, después de regañarme e informarme sobre los horarios de los buses, me dijo que podía pedir el favor a una tía que me diera posada, que era de confianza, que no gastara en un hotel, y decía alterada todos esos comentarios usuales de alguien preocupado porque tiene a una amiga con todo e hija en una ciudad que no conocen y que además es la primera vez que salen de su lugar de confort. Tardó una hora en llegar una 'Hilux' por nosotras, manejaba una chica y hacía las preguntas y comentarios habituales: "primera vez en SPS (¿?)" "qué cagada que perdieron el bus" "aquí es tranquilo y bonito, mire, las calles planitas no como ese hoyo de donde vienen" y mientras yo encontraba los espacios mientras dejaba de hablar y preguntar cosas sin esperar respuestas, le comentaba que teníamos hambre, que queríamos pollo, ella muy amable nos llevó a un lugar donde vendían baleadas y pollo, compramos ambas cosas e inclusive le invitamos la cena a nuestra gentil ayuda que fue por nuestro rescate, nos aconsejó que pidiéramos todo para llevar, que mejor comiéramos en su casa y que debíamos levantarnos temprano.

Llegamos al lugar donde dormiríamos, el calor era insoportable, enfrente había una calle que yo podría considerar carretera aquí en Tegucigalpa y se escuchaban grandes camiones y rastras pasar, un perro que no dejaba de ladrar y yo quería que ya amaneciera para salir corriendo de ése lugar, ni Lalita ni yo terminamos la comida que compramos, la verdad sabía muy mal e inmediatamente pedimos la cama donde íbamos a descansar, tenía mucho miedo, por todo, no dejaba de crear historias sobre posibles asesinatos en mi cabeza o que de repente alguien iba a entrar a ésa casa y hacernos lo peor. Yo no dormí en toda la noche, afortunadamente Lalita sí, me la pasé abanicándola, porque el ventilador sólo daba más calor.

En cuanto amaneció, me levanté inmediatamente, desperté a la niña y pedí que nos prestaran dónde bañarnos, hasta el agua era caliente, y era incómodo todo. San Pedro Sula es una ciudad que se levanta muy temprano, cuando iba camino a la Terminal nuevamente, observaba las fábricas a lo lejos, las personas caminando tranquilamente y las calles grandes, muy grandes. Cuando llegamos a la Terminal, cruzamos corriendo -literal, la niña, las maletas y yo a toda velocidad- hasta la ventanilla ya conocida, estaba desesperada por llegar a nuestro destino, compré dos boletos, para que fuéramos cómodamente sentadas y quitarnos -quitarme- la mala noche y cena que habíamos tenido, compramos el desayuno para llevar, el café se me cayó antes de subirme al bus, estaba llena de malas situaciones y para rematar, justamente en la calle que dobla al camino que recorre el bus que lleva a Santa Rosa de Copán en San Pedro Sula, había una manifestación e impedía que avanzáramos, no encontré nada más que reírme, era un mal viaje, y estuvimos dos horas sin movernos, se me hizo eterno el tiempo y mi pobre amiga me decía que iba a hacerme una 'limpia' en cuanto llegara.

Cuando avanzamos por fin, algo de mí sabía, miraba y pensaba que ya no estaba en la ciudad que me vio crecer, y me hacía de cierta forma sentirme libre, cuando las personas empezaban a bajar yo no podía evitar preguntarles cuánto tiempo faltaba para llegar a Copán, estaba desesperada, Lalita en cambio, iba encantada viendo por la ventana todo el camino. Llegamos a un lugar llamado "La Entrada" y me sentía como en algún mercado de Comayagüela sólo que más ordenado y limpio, claro, estaba lleno de comercio y gente gritando cosas que ni me preocupaba en entender, sólo sabía que ya estaba cerca de nuestro destino.

Al bajarnos del bus y caminar al abrazo de la amiga que nos recibía con una sonrisa, cayó una tormenta de ésas que inunda calles -aquí- y nos apresuramos en llegar al pueblo, caminar por calles con adoquín y ver pinturas en algunas paredes era fascinante, la lluvia le daba un toque hermoso, no lo niego. Y mi amiga comentaba que no había llovido en mucho tiempo, además, era inusual en aquella fecha y yo no paraba de decirle que era por mi llegada.
Estuvimos una semana caminando por todo el pueblo, en museos y todo lo que se puede ver o conocer de los Mayas, conociendo las Ruinas, llegando a la Frontera, recorriendo carreteras y haciendo señales a los camiones con el brazo sólo para que ellos usaran el claxon, era divertido, y además se nos contaban leyendas por las tardes y noches cuando se iba la energía eléctrica.
Salía con mi amiga a recorrer los bares del pueblo, volvíamos caminando de madrugada y eso era nuevo e inconcebible aquí en la ciudad, se encontraban puestos de comida a toda hora, la gente era muy amable y el ambiente era agradable. No dejó de llover en nuestra estadía, aún así no impidió que fuéramos a todos los lugares a los que uno debe ir si visita el pueblo de Copán Ruinas,  no quería volver, no lo niego, pero el viaje servía para cumplir una promesa e iniciar una nueva yo, debía matar muchas cosas y el viaje me ayudó, hacerlo con Lalita lo hacía más especial, no pude haber hecho ése viaje con nadie más, era la primera vez que viajaba, era terminar un ciclo.

Cuando partimos, justamente subiéndonos al bus que nos traería de vuelta a casa, dejó de llover, así que me gusta pensar, que la lluvia acompañó el viaje, y cuando lo hablo con mi amiga, también me secunda entre risas. Mientras volvíamos, el viaje era más liviano, había dejado muchas cosas -espiritualmente- en el pueblo y me sentía diferente, volvía con recuerdos e historias y uno que otro regalo para nosotras mismas, un collar que me acompañó por mucho tiempo y ahora espero que la persona que lo posee lo cuide mucho, es casi un tótem, pulseras de la aldea "La Pintada", comida, dulces y todo lo que pude comprar.

En mi mente sólo rondaba la idea de que ahora faltaba el mar, el próximo viaje debía ser el mar.