Orfeo me ayudó a terminar de comprender que el amor es así: verme llegar, verme estar, ser individuales, compartirnos. Que me escuche cantar y no critique, que me vea triste y se acerque, se acueste, me abrace y maulle.
Orfeo me enseñó cómo Quirón debía sanarme cuando siempre lo supe, pero por miedo no lo hacía.
Ya no hay miedo. Ahora sólo hay ganas y hechos, alternándose. Así como los gatos, y yo soy uno.
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